Nazaret es una ciudad única: es árabe, está ubicada en Israel y tiene una gran presencia cristiana. Es casa y es convivencia. Llegué con Edu y, mientras tenía que pagar el estacionamiento, se puso a charlar en hebreo con un árabe. Empezamos a caminar, pero se puso a llover. Entramos a una iglesia acogedora. Había arte y silencio. Es decir, dos veces arte. También habían dos hombres rezando.
Luego, fuimos al shuk. Ese mercado que habitualmente tienen las ciudades árabes y las judías. Un hermoso paseo, bajo el chirimiri nazaretí. Hombres y mujeres árabes vendían ahí aceitunas, frutas varias, ropa o antigüedades. Incluso había una peluquería. Saqué una foto al peluquero mientras le cortaba el pelo a un hombre. Me vio, y me pidió con respeto que no le sacara más fotos.
Empezamos a tener hambre, y empezamos a buscar algún lugar bonito y barato para comer. Mientras caminábamos por las callejuelas, pasaban coches. Nosotros los dejábamos pasar, y ellos nos devolvían una sonrisa. En Nazaret, la calle no es de nadie. Los niños salen a jugar.
Mientras buscábamos dónde comer, vi banderas israelíes y un graffitti de la bandera palestina. Aquí nadie tacha a los demás. Aquí nadie quema a los demás. Aquí hay arte y paz. Dos veces arte.
Por fin encontramos ese lugar esperado. Edu vio aquel shawarma giratorio tan caractéristico de los kebabs, y Edu supo. Se veía muy fresco y jugoso. Entramos ahí, y pedimos en hebreo, a los trabajadores árabes, una mesa para dos. Nos correspondieron con buenas vibras. Nos sirvieron un shawarma exquisito, con buenas patatas fritas, aceitunas y ensalada.
Mientras comíamos, yo grabé un poco a Edu. También me distraía un poco el partido de fútbol que pusieron los trabajadores árabes en una televisión grande: un Japón-Irán de la Copa Asia. Edu acabó de comer muy rápido, como de costumbre. Empezó a charlar con el camarero: “¿Messi o Cristiano Ronaldo?”. Éste eligió al villano: “I’m a Real Madrid supporter”.
Le sonreí y le dije que lo aceptaba, aunque yo sea del Barça. Y esto otro no se lo dije, pero disfruté mucho de hablar con un árabe musulmán, que no sirve alcohol en su restaurante a un judío a quien no le importa que no le sirva alcohol. Porque a ese judío le gusta el vino, pero sobre todo le gusta sumergirse en una cultura tan maravillosa e influyente como la árabe.
Acabamos de comer, nos invitaron un café caliente e intenso y pagamos. Edu les pidió que nos recomendaran algún negocio de dulces, para comprar knafe y llevar para Andrea y Sofi. Caminamos un poco y lo encontramos. Edu pidió la comanda, y mientras tanto yo sacaba robados con la cámara a quienes preparaban el knafe. Uno de ellos lo vio, y me invitó a ver un plato gigante que tenían al fondo del negocio, donde preparaban la masa madre.
Una vez tuvieron preparada la comanda, nos invitaron a un buen pedazo de knafe a ambos. Además, yo compré una bandeja con los míticos alfajores de maicena argentinos. En Nazaret tienen un buen paladar.
Nazaret es una ciudad preciosa. Es conocida por su tradición cristiana, porque es donde se originó. Pero desafortunadamente, no todo el mundo sabe que es una ciudad árabe ubicada en Israel. Y menos saben que en Nazaret los árabes hablan hebreo, los judíos hablan árabe, y todos se sonríen.
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