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Los niños y niñas también merecen conocer la historia

Anne Frank de Sveta Dorosheva es un libro a tener en cuenta por diversos motivos. Bien, más que un libro, es una fuente. Una fuente de emociones, de conocimientos y de curiosidades. Una fuente cuya agua es muy necesaria para saciar las sedes de los niños y niñas. Una fuente que explica, grosso modo, la adolescencia de Ana Frank. Narra su
vida desde que Hitler ascendió al poder hasta que su padre, Otto, publicó su diario. Y lo hace de la manera más tierna y simplificada posible.

 

Hablemos, en primer lugar, del apartado sentimental. Oír o leer la biografía de Ana Frank siempre resulta conmovedor. Y hacerlo por primera vez, aún más. Entonces, por ende, este cuento resulta conmovedor. Pero además, no cae en el error de buscar la lágrima fácil. Porque, de hecho, el contexto que expone la autora se resume en una breve explicación del tipo de persona que gobernaba Alemania durante la adolescencia de la protagonista.


Dorosheva describe la situación de la Europa de los años 30 sin entrar en detalles. Detalles que los lectores ya aprenderán más adelante. Detalles que acomplejarían demasiado una historia ya de por si difícil de digerir. Y el contexto llama la atención especialmente por referirse a Hitler como “un señor con un feo bigote”. Creo que es una frase acertada porque se adecua al argot infantil… sin frivolizar la historia.
 

El hecho de que los niños y niñas lean este cuento implica que también reciban el agua del conocimiento que menciono al principio. Obviamente la ficción está muy bien y es muy importante. Pero ampliar los límites de la lectura a la no ficción es también muy necesario. Y hacerlo también con tragedias de este calado es una brillante idea. Como también es brillante su ejecución. Y sus ilustraciones.
Hechos por Maria Isabel Sánchez Vegara, los dibujos de Anne Frank son también muy
acertados. Hay una ilustración por página, y a blanco y negro. Esto último es un indicador
de que la historia transcurre en el pasado y de que es un tema serio. Eso sí, la seriedad
no implica que no hayan sonrisas. A pesar de su trágico desenlace, si la Ana Frank real
sonrió, la de los dibujos de Sánchez Vegara lo hace de manera justificada.
Este libro puede ser la respuesta para aquellos padres y madres que se pregunten cuál es
el momento indicado para explicar a sus hijos qué ocurrió hace 80 años en nuestro
continente. Puede ser la primera toma de contacto de los más menudos con el
Holocausto, y en definitiva, con la Segunda Guerra Mundial. Porque se trata de una
narración sin palabras de más, amena y tierna. Una narración que pertenece a una
colección feminista, y por lo tanto llena de luz. Y una narración que incluso puede
provocar, como he apuntado, que sus lectores se hagan preguntas.
¿Por qué? Principalmente, porque la autora prescinde del dramático futuro de la familia
Frank en el campo de concentración. Simplemente explica que se dirigieron a uno de ellos

y lo cataloga como “el lugar más horrible del mundo”. Y en este sentido, los niños y niñas
pueden quedar atrapados. ¿Qué ocurría allí? ¿Qué fue de Ana? ¿Siguió escribiendo?
Tras la lectura, se pueden hacer estas y muchas otras preguntas. Y si eso ocurriera, esa
lectura significaría el nacimiento de la faceta historiadora y curiosa de la persona que lo
tenga entre sus manos.
Querer conocer el pasado de las cosas que nos rodean es positivo. A veces nos
cuestionamos cómo se conocieron nuestros padres. Otras veces, nos intriga saber quién
vivía en el piso que habitamos ahora nosotros. Pues bien, la obra en cuestión puede
provocar, como digo, que los niños y niñas se pregunten el pasado de nuestra sociedad.
Que se interesen por la historia. Y eso es muy sano. Y muy necesario.

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